martes, 18 de octubre de 2011

EL MISTERIO DE LA BOCANA DEL RIO MISAHUALLI. (ORIENTE)

En los albores de la colonización del Oriente ecuatoriano, aguas arriba de la bocana del río Misahuallí y en un fresco claro de la selva, se asentó con su campamento un hombre de tez blanca, el cual que se dedicaba a la explotación del árbol de caucho en la cuenca del río Aguarico.

Así pasaron los meses y un nuevo colono llegó al lugar acompańado de su hermosísima hija, la que inmediatamente causó estragos en el corazón del cauchero. La playa, las aves y las flores, propiciaron el florecimiento del amor, y el romance sonreía en la riveras orientales. 

Como vivían en plena selva y ante la ausencia de una autoridad que legalizara la relación de la pareja, ésta decidió unir sus cuerpos y sus destinos a la sombra de los frondosos y florecidos árboles de guaba. Pero como el amor no produce para vivir, el cauchero tuvo que viajar una vez más al Aguarico (otro lugar en el Oriente ecuatoriano) para recoger la balata (fruto del de la planta de caucho) recolectada por sus trabajadores y llevarla a los mercados de Iquitos. 

La bella chica con el recuerdo de su amado en la hermosa sonrisa de sus labios, recorría la extensa playa solitaria cuando la bańaba el suave sol de la mańana, era ésta una costumbre que le había impuesto el amor. Mas el tiempo pasaba inmisericorde y al final de su paso el cauchero jamás volvió. 

La bellísima mujer presa de una indescriptible pena, desapareció un aciago día como si se la hubiera tragado la tierra. Sus familiares y amigos la buscaron afanosamente por doquier, pero todo fue en vano; las lágrimas y el tiempo, fueron borrando el dolor de su ausencia. 

Los ańos pasaron dándole espacio a la historia y una mańana brumosa y fría, unos indígenas que pescaban por el sector, vieron a una hermosísima mujer parada en la piedra grande de la margen izquierda del río; se acercaron a ella y cuando le preguntaron donde vivía solo seńalo el agua, y lanzándose al torrente sin salpicar una gota ni producir una onda en la superficie se sumergió. 

Los ancianos al escuchar lo ocurrido, aseguraron que la dama era el espíritu de aquella mujer que desapareció sin dejar rastros. 

En esa enorme piedra rojiza de estructura volcánica asentada en el recodo del río Misahuallí, se escucha con frecuencia en las mańanas, una dulce voz de mujer que canta a su amor perdido. Algunas veces ella se aparece a los que pescan en el río, pero quien acude al lugar con intención expresa de encontrarse con ella, nunca logran su objetivo.


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LEYENDA DEL MIRADOR NATURAL OLOCULLIN (ORIENTE)





LA BOA Y EL TIGRE. (ORIENTE)



Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km. de Puerto Napo, en la comunidad de Latas vivía una familia indígena dedicada a lavar oro en las orillas del río Napo. Un día la madre lavaba ropa de la familia, mientras la hija más pequeńa jugaba tranquilamente en la playa: tan concentrada estaba la seńora en su duro trabajo, que no se percató que la nińa se acercaba peligrosamente al agua, justo en el lugar donde el río era más profundo. Una súbita corazonada la obligó a levantar su cabeza, pero ya era demasiado tarde; la nińa era arrastrada por la fuerte correntada y sólo su cabecita aparecía por momentos en las crestas de las agitadas aguas.

La mujer transida de dolor y desesperación, hincando sus rodillas en la arena implora a gritos ... yaya Dios! .... yaya Dios! Te lo suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa, la tierna nińa retorna en la boca de una inmensa boa de casi 14 metros de largo, que la deposita sana y salva en la mismísima playa; la mujer abrazando a la nińa llora y sonríe agradecida. Desde aquel día la enorme boa se convirtió en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando el matrimonio salía al trabajo cotidiano, el gigantesco reptil se encargaba del cuidado de los nińos.

Pero un tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para la cena, la boa no llegó a vigilar a los nińos como solía hacerlo todos los días. Este descuido fue aprovechado por un inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente con intenciones malignas. 


Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “!yacuman amarul! (boa del agua), el gigantesco reptil al oír las voces de los nińos salió del río y deslizándose velozmente entró a la casa; se colocó junto a la puerta, para recibir al tigre que trataba de entrar sigilosamente en el hogar de sus amigos; la lucha que se desató fue a muerte; la boa se enroscó en el cuerpo de felino, pese a las dentelladas del sanguinario animal; los anillos constrictores del reptil se cerraron con fuerza, mientras el tigre la mordía justo en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido de huesos rotos y ambos animales quedaron muertos en la entrada de la casa.

Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos de su boa amiga y ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego enterrarla con todos los honores y ritos que se acostumbraban utilizar para con los seres queridos.

LEYENDA DEL MIRADOR NATURAL ILOCULLÍN (ORIENTE)


Cuando Dios mandó el diluvio universal, inundaron la selva. La gente no sabía qué hacer. Muchos murieron ahogados. Unos subieron al Shikita Hurcu que era el monte más de la zona. Otros fueron al Ilocullín, un cerrito pequeño. Los del Shikita Hurcu se reían de aquellos que estaban en la cumbre del Ilocullín. 

Pero la risa les duró poco. El nivel del agua subía y subía, y, cosa rara, el Ilocullín también crecía. Desapareció el Shikita Hurcu con todos los indígenas que estaban en las copas de los árboles. El Ilocullín se había hecho un monte muy alto, tan alto que su cumbre sobresalía de las aguas. 

Cuando cesó el diluvio y el agua bajaba de nivel el Ilocullín se iba haciendo cada vez más pequeño hasta quedar del tamaño actual. Solo se salvaron los indígenas que estuvieron en el Ilocullín, un cerro donde viven los espíritus y al que muy pocos se atreven a subir.

EL CURA SIN CABEZA (CUENCA SAN ROQUE)


Parece que este sacerdote, que con hábil maniobra, colocaba sobre su solideo parte del manteo, tan largo como sus deseos sensuales, para atemorizar al populacho que, tarde de la noche transitaba por los barrios oscuros y solitarios, las mas de las veces, seguíanle los pasos al reverendo, hasta verlo aterrizar en los amplios jardines eróticos de su “Dulcinea”.
Yo no sé porque pero asegurábase que de preferencia era el Barrio de San Roque el lugar de sus idilios. Pero, al fin, como no hay cosa que no se descubra como decía la comadre “Chepita” se le identifico plenamente, y, una mañana cuando las campanas tañían a maitines, algunos feligreses que concurrieron a la misa de cinco: Elé pues, este taita curita ahora si esta con cabeza, mamitica, ¿QUÉ MUERTE TENDRA?.Y agregaron las beatas, no se si es por celos o de gana: “Dios nos guarde y nos ampare de este SANTO SACERDOTE”; y nosotros también agregaremos, lo curioso del caso es que hasta ahora existen curas “sin cabeza”: aleluya, aleluya.
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LA DIOSA UMIÑA (ORIENTE)


Los Mantas fueron politeístas. Cieza de León atestigua una gran religiosidad. Hacían sacrificios humanos y quemaban incienso en sus templos. Tenían una diosa con poderes curativos, era una esmeralda del tamaño de un huevo de avestruz a la que llamaban "Umiña".
La Diosa Umiña era ídolo era una piedra de fina esmeralda, cuyo valor podía exceder a todos los tesoros juntos de muchos templos. Su adoración se la realizaba en el templo construido en la isla de La Plata, hasta donde llegaban enfermos de todas partes. Luego que el gran sacerdote recibía la ofrenda (oro, plata y piedras preciosas) hacía sus deprecaciones postrado en tierra, y después de tomar con un paño blanco y limpio a la Umiña, frotaba con el mismo paño la cabeza del enfermo. Muchos enfermos sanaron. Tanta fama alcanzó en la época prehispánica que incluso desde Centroamérica llegaban enfermos en busaca de sanación.
Pero con la llegada de los españoles, que siempre buscaron la piedra para robarla, los indios la escondieron de manera que ese tesoro no se lo ha podido encontrar.

EL FAROL DE LA VIUDA (CUENCA)


La fémina viuda, realizaba, por decirlos así, una “hazaña heroica”, pues tenía que vérselas, muchas veces, con riesgos donde podía hasta perder la vida, o por lo menos su farol, que era su escudo y su alfanje porque en más de una ocasión tenía que habérselas con los canes de los llanos de “taita chabaco”, ya que sus muecas adquirían rasgos caricaturales y jocosos, cuando a veces a la luz de la luna, la noche era alumbrada por sus amarillentos rayos que dejaba ver el rostro de la heroína viuda, su faz demacrada. Y cuando ella apareció al tablado de sus andanzas, era una época de transición, entre la imaginación primitiva, esto es, cuando la lógica no había empezado a trabajar, y la época en que ya entraba, o sea en la investigación histórica y social, entró también la era de investigar y aún crear leyendas propiamente dichas, de carácter histórico-literario. La viuda alegra, cuya compañía y hasta cierto punto custodia, era el farol que se adelantaba a ella iluminándole el camino fragoso por el que transitaba, hasta entrar en su aposento, que decían estaba ubicado en el barrio de “el Vado”. 

LA TUNDA SE CONVIERTE EN GALLINA (ESMERALDAS)


En “Juyungo” se cuenta que un muchachito esmeraldeño fue enviado a eso de las cinco de la tarde, hora de oración, a recoger a unas cuantas gallinas que andaban desperdigadas por los contornos. De pronto una linda gallina blanca atrajo la atención del chicuelo. “Cho, cho, jurón, jurón” gritaba, corriendo detrás de ella pero esta era una experta y lo fue llevando hacia el monte. Cuando quiso regresar ya era tarde, estaba perdido. Era la temible “Tunda” que se había convertido en gallina.
Pero la Tunda teme a los perros y el solo ladrido de uno de ellos la hace desaparecer; por eso los parientes de la víctima corrieron por los montes con una verdadera jauría, hasta encontrarlo al tercer día, casi muerto del susto e indigesto de tanto camarón. ¡Qué mala es la Tunda!



Dicen que la tunda no es negra, si no negrisísisima como una noche sin 
luna ni estrellas como  una casa sin puertas ni ventanas. La Tunda no tiene bemba, sino bembísima, quiere decir una bemba así y asá.  En vez  de pierna derecha, maneja una pata de molinillo, que suena ¡tum! Cuando camina por el monte. Más cuando ella se ríe, se ilumina la noche y llueve cocos recién pelados. Vuelan mariposas blancas. Entonces, la gente que ya sabe, se da cuenta que la Tunda anda por allí. Y al más pesado se le aparecen en el camino meneando sus caderas.

A uno de la comunidad se le apareció, no una mujer sino como perico, que cuando él mas caminaba el   Perico se iba más lejos. Tanto que le hizo caminar toda la noche  y no lo pudo cazar. Tuvo que amanecer en el monte, cruzando por espinales u matorrales, pero él no se hizo daño porque sentía que alguien le cargaba para pasar las espinas.

La comunidad se preocupó de si desaparición y fueron a buscarle con la madrina, bombo, cununo, guasá. Cuando lo encontraron, tuvieron que echarle agua bendita, porque gritaba, tenía los ojos que se le querían salir y el cuerpo gelatinoso, pues había comido el tapao de camarón hecho por ella. Y esa era la forma de embobar a sus víctimas.
Así, cuando ya cumplía sus  propósitos los abandonaba e iba por otro. 

EL CHUZALONGO (CUENCA)


Se dice que vive en las montañas; allí se encuentran las pisadas es de tamaño de un niño de seis años, con el cabello largo y “sucu”; del ombligo le sale un miembro como un bejuco de “Chuinsa”.
Para que no aviente el aire de mala suerte del chuzalongo se entra a la montaña, se rompe una rama y se marca; así no pasa nada.
Cuando esta marcado ya no ataca a nadie, es muy juguetón e inquieto y no hace nada; pero en cambio tiene un “humor malo”, después de un momento da un “aire fuerte” y le deja cadáver a una persona.
Cuentan los antiguos que unas muchachitas que Vivian cuidando el ganado en el cerro se han puesto a jugar con el “chuza” y le encontraron chupándose la sangre de esas niñas. Se han presentado a casa dos suquitos, han salido las chicas, y les han chupado la sangre y matado.
Cuando se acercaron a una doncella dicen que solo con el aire fuerte les mata.