martes, 15 de enero de 2013

EL PADRE ALMEIDA

En esta história se nos cuenta, la vida de un sacerdote o padre conocido en nuestra localidad, el cual no era precisamente el mejor de todos debido a su mala conducta.

La leyenda cuenta que este padrecito, todas las noches salía a tomar aguardiente (puro), pero para salir de la iglesia él tenía que subir y lo hacia apoyandose en un brazo de la estátua de Cristo, pero cierta noche minetras intentaba salir se dio cuenta que la estatua lo regreso a ver y le dijo: ¿Hasta cuando padre Almeida? y este le contesto sarcasticamente "Hasta la vuelta" y se marcho.

Una vez ya emborrachado, salió de la cantina y se encontraba paseando por las calles de antiguo Quito, hasta que pasaron 6 hombres de alta estatura y completamente vestidos de negro cargando un ataud, aunque el padre Almeida penso que era un toro que habia salido de algun corral, con el cual chocó y se desplomo, pero al levantarse regreso a ver en el interior del ataud, y para su sorpresa era él, el padre Almeida dentro del ataud, del asombro huyo del lugar. 

Al llegar a la Iglesia se puso a pensar que eso era una señal y que si seguia así podia morir de seguro como castigo, entonces desde ese día ya no a vuelto a tomar y el padre observaba la cara de la estatua de Cristo mas sonriente.

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LA CAJA RONCA



En Ibarra se dice de dos grandes amigos, Manuel y Carlos, a los cuales cierto día se les fue encomendado, por don Martín (papa de Carlos), un encargo el cual consistía en que llegasen hasta cierto potrero, sacasen agua de la asequia, y regasen la sementería de papas de la familia, la cual estaba a punto de echarse a perder. Ya en la noche, muy noche, se les podía encontrar a los dos caminando entre los oscuros callejones, donde a medida que avanzaban, se escuchaba cada vez más intensamente el escalofriante "tararán-tararán". Con los nervios de punta, decidieron ocultarse tras la pared de una casa abandonada, desde donde vivieron una escena que cambiaría sus vidas para siempre... 

Unos cuerpos flotantes encapuchados, con velas largas apagadas, cruzaron el lugar llevando una carroza montada por un ser temible de curvos cuernos, afilados dientes de lobo, y unos ojos de serpiente que inquietaban hasta el alma del más valiente. Siguiendole, se lo podía ver a un individuo de blanco semblante, casi transparente, que tocaba una especie de tambor, del cual venía el escuchado "tararán-tararán".
He aqui el horror, recordando ciertas historias contadas de boca de sus abulitos y abuelitas, reconocieron el tambor que llevaba aquel ser blanquecino, era nada más ni nada menos que la legendaria caja ronca.

Al ver este objeto tan nombrado por sus abuelos, los dos amigos, muertos de miedo, se desplomaron al instante. Minutos despues, llenos de horror, Carlos y Manuel despertaron, mas la pesadilla no había llegado a su fin. Llevaban consigo, cogidos de la mano, una vela de aquellas que sostenían los seres encapuchados, solo que no eran simples velas, para que no se olvidasen de aquel sueño de horror, dichas velas eran huesos fríos de muerto. Un llanto de desesperación despertó a los pocos vecinos del lugar. En aquel oscuro lugar, encontraron a los dos temblando de pies a cabeza murmurando ciertas palabras inentendibles, las que cesaron después de que las familias Dominguez y Guanoluisa (los vecinos), hicieron todo intento por calmarlos.

Después de ciertas discusiones entre dichas familias, los jóvenes regresaron a casa de don Martín al que le contaron lo ocurrido. Por supuesto, Martín no les creyó ni una palabra, tachandoles así de vagos.


Después del incidente, nunca se volvió a oir el "tararán-tararán" entre las calles de Ibarra, pero la marca de aquella noche de terror, nunca se borrara en Manuel ni en Carlos.Ojala así aprendan a no volver a rondar en la oscuridad a esas horas de la noche.